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La inteligencia emocional podría describirse como la capacidad que tenemos para manejar, comprender y gestionar nuestras emociones por un lado y, por otro, como nuestra habilidad para interpretar las emociones de los demás. De esta forma podemos entender el papel tan importante que tienen a la hora de relacionarnos de manera satisfactoria con otras personas.
A lo largo de los años se ha tendido a considerar el coeficiente intelectual como la herramienta que nos permitiría saber si una persona tendría o no éxito en la vida. Aunque ser inteligente influye en los éxitos que cosechemos no deja de ser una forma incompleta de entender cómo se consigue el mismo.
Si nos paramos a pensar veremos lo importante que son las emociones en nuestro día a día.
¿Cuántas veces no habremos oído la frase no tomar decisiones en caliente o pensar con la cabeza fría?
¿Compro el coche que gusta porque lo quiero o porque he hecho un estudio de mercado?
¿Elegí montar un negocio porque no quería seguir unas reglas o tener un jefe o porque había algo que me decía que lo intentara?
¿Estoy cabreado/a porque me he decepcionado/a, estoy triste, estoy cansado/a o frustrado/a?
Buena parte de las decisiones que tomamos están influenciadas por nuestras emociones. Esto ha motivado que se hayan llevado a cabo gran cantidad de estudios para ver en qué medida influía la inteligencia emocional. Hoy en día sabemos que de nada sirve tener un coeficiente intelectual alto si no sabemos manejar nuestras emociones. Es importante hasta el punto de que, hoy en día, las empresas valoran aspectos que están muy relacionados con ella más allá del propio currículum y, por tanto, puede influir en que consigas o no un puesto de trabajo. Tampoco sirve de nada el atractivo físico si no tienes inteligencia emocional para mantener una relación.
Según Mayer y Salovey la inteligencia emocional estaría formada por los siguientes elementos: